Empezaba a llover. Apretó el paso y la mano de Dani.
Olvidó coger el paraguas cuando salió de casa, camino del colegio. Un único
pensamiento ocupaba su mente: por fin lo había denunciado. En su bolsillo descansaba la orden de
alejamiento. Estrechó más la mano de su hijo y recordó la última vez que le vio
llorar, el terror en su mirada, la violencia con la que su padre le apartó.
"¡No le hagas daño!¡A él no, por favor!
Fue
la última vez.
Entró
en la casa. Había olvidado cerrar con llave. El suelo estaba mojado. Y ese
olor...
Obligó
a Dani a permanecer en la puerta, avanzó unos pasos y comprendió. Vio la
garrafa de gasolina a los pies del sofá, y la sonrisa cínica del hombre al
ponerse de pie mientras prendía el pedazo de papel que sostenía en su mano.
Solo
tuvo tiempo de gritar: "¡Corre Daniel!"
Eva María García Madueño, Málaga
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