Soñar no es un pecado; vivir es un
derecho
Era
bonita, aunque incomprendida. Joven, pero con las alas cortadas. Cerraba sus
dedos en torno a un lápiz para describir su universo, pero se lo arrebataban
para que siguiese trabajando. Leer y soñar eran distracciones que no podía permitirse
alguien de su humilde naturaleza. Contemplar las estrellas constituía un lujo
reservado para quienes podían alzar la mirada hacia el cielo: ella debía mirar
al suelo para seguir arando la tierra.
Pero
el nuevo profesor cambió su rumbo. Advirtió su potencial y la incentivó para
que lo expresase artísticamente. Ella rellenó lienzos con los más vivos
colores, no porque en su vida existiese la policromía, sino porque la anhelaba
con todas sus fuerzas. Poco después recogió el lápiz y retomó las riendas de su
destino. Se atrevió a soñar a través de las palabras, y a volar aun con las
alas partidas. Desde entonces, exhibe en su rostro una sonrisa sincera.
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